Oculto

Ese hombre… todos lo miran. Trata de evitarnos. Pero claro, debe comer, pagar sus deudas y pasear con su perro. Hay algo extraño en él… Incluso en los días más calurosos y soleados del verano, lleva un largo abrigo, cerrado, guantes de cuero, un sombrero que ensombrece la mitad de su cara y una bufanda cubriendo la otra mitad…
No solo por eso llama la atención. Su atuendo es completamente negro. A veces, cuando camina por las sombras, incluso parece hacerse invisible. Varias veces ha pasado junto a mí inadvertídamente, y a veces casi lo logra pero escucho el sonido que hace con su bastón. Lleva un bastón largo, lo sujeta con la mano derecha. Su caminar es extraño, siempre se mueve lento. Usa sólo su bastón como apoyo, pero, yo creo que tiene problemas en ambas piernas. A veces, cuando es de noche, y me dirijo a mi departamento, solo advierto que él está ahí por unos leves sonidos de pisadas erráticas. Su lentitud le ayuda a no hacer ruido, pero, a veces parece que fuera a caerse. Sería una gran caída. No hay persona más alta que él en este lugar. Todos deben mirarlo hacia arriba. Yo, apenas alcanzo su hombro. A veces lo acompaña su perro, un siberiano enorme, grueso, viejo. El tamaño del animal  le hace perfecta justicia a la altura del dueño…
Recuerdo esa vez, y él me resulta aún más tétrico. Una vez hablé con él. Sí, yo estaba saliendo algo apresurado desde una tienda, tropecé con su bastón y caí. Él siempre lleva la mano izquierda en un bolsillo. En la mano derecha, el bastón. Nunca lleva a su perro con correa. El animal siempre lo acompaña, ninguno hace muchos ruidos. Tal vez el siberiano ese es tan viejo que no puede ladrar. Aún así, el dueño hace menos ruido. Pero yo hablé con él. Desde entonces ha sido mi mayor anécdota. Mis amigos, mi hermana, la señora del café en la esquina y el anciano que mendiga me preguntan por eso. Se ha vuelto una leyenda urbana. Ni siquiera los que lo atienden en los negocios, o en las oficinas del agua y la electricidad lo han escuchado. Siempre aparece, toma lo que necesita, extiende la mano izquierda desde el bolsillo y paga. Recibe el vuelto. No habla. Pero, esa vez, su bastón cayó junto a mí. Mientras me levantaba, él me dijo "¿podrías recoger mi bastón?" Yo no dudé, me agaché justo después de erguirme, lo tomé y se lo entregué velozmente. El dijo "gracias". Luego no sé que pasó, estaba atónito. Su voz era tan escabrosa como él… Como la de un fumador sin tráquea, muy ronca, baja, pesada. El tipo de voz que provocaría infartos si leyera cuentos de terror… Incluso podría provocar infartos solo con decir hola.
Todos lo miramos extraño, no podemos evitarlo. Nunca nadie lo ha visto sin su sombrero, sin abrigo, sin bufanda ni sin guantes. Incluso, solo una persona, yo, ha escuchado su voz. Incluso, si no fuera por el perro, pensaría que es un demonio caminando entre nosotros…

El hombre llegó a su casa. Ahí lo esperaba su perro. En la misma mano que llevaba el bastón, llevaba sus bolsas. Se sentó en el comedor, y frente a él se sentó el animal. Lo primero que hizo fue sacar la carne que había comprado. En un plato le sirvió primero a su amigo. Luego, se levantó y se dirigió a una esquina, donde había un espejo tan alto como él. Recostó su bastón contra la muralla, colgó su sombrero de un gancho en el espejo, luego en el mismo gancho colgó su bufanda. Dejó su abrigo en un perchero roto junto a donde recostó el bastón. Como todos los días, sus ojos lagrimearon. Mirando su cuerpo descubierto en el espejo, como cada día, vio la verdad. La cual, para su desgracia, no puede esconder aunque se envuelva en ropas negras. Hace años que su piel y carne cayeron, dejando sus órganos y huesos descubiertos, sostenidos con nada más que tendones.
Volvió a sentarse a la mesa, tomó parte de la carne y una botella de vino tinto que había comprado. Y, como todos los días, se sentó junto al único que lo conocía, a cenar, y a esperar que la luna y las estrellas sean lo único que alumbra el cielo antes de que un nuevo día empiece.